domingo, 6 de enero de 2008

Ocurrio en Piñones

Ayer tuve una aventura en Piñones, área que antiguamente pertenecía a Cangrejos y tabú hasta hace pocos años por ser tierra de negros y amantes ilícitos. Estaba en compañía de mi gran y bella amiga Hortensia Morell y su también bello esposo con un aquel de Bill Clinton, Jim. Veníamos de pasarnos gran parte del día de vísperas de Reyes en el Viejo San Juan ya que Hortensia y Jim están aquí de vacaciones gozando del calientito de Puerto Rico antes de regresar a Filadelfia. Habíamos pasado un día maravilloso, en un Viejo San Juan asombrosamente liviano de tráfico y peatones y con una tenue luz del sol típica de nuestra época navideña.

Dimos primero un lento y agradable paseo por los jardines de la casa de Juan Ponce de León donde Jim se dio gusto usando su cámara. Le conté a Hortensia del guardia que hace veces de tenor escondido entre los árboles y tupidos arbustos del jardín. Es verdaderamente alucinante estar sentado en uno de los muchos bancos del jardín y de momento oír esta voz operística sin saber uno de donde viene. Al salir de Casa Blanca decidimos ir a almorzar y nos dirigimos placidamente y con calma por las calles adoquinadas al Jibarito disfrutando los colores pasteles, balcones y detalles de nuestra arquitectura colonial.


Nos dieron buen trato y comida en El Jibarito y para culminar hasta una serenata navideña llego para cerrar con broche de oro. De ahí nos dirigimos a las librerías y a hacer una que otra compra, caminar la Cristo hasta Ballaja donde nos esperaba el automóvil. Jim me propuso ir a tomarnos algo al Caribe Hilton y yo sugerí ir a Piñones pues tenía una diligencia que hacer allí. Hortensia accedió inmediatamente pues dijo que Jim no había estado. Pobre Jim. Debe de haber estado pensando en su trago y el Caribe Hilton después de meternos en la semi odisea en la que nos metimos mas tarde.

Cuando llegamos a Piñones se estaba empezando a nublar tal como habían pronosticado. La marea estaba alta y brava y aunque siempre hermoso no era el Piñones soleado y de brillantes tonalidades de azul y verde. Había que parar en Bamboobei, restaurante y barra al estilo Ibiza, blanco calizo con ventanas y puertas de azul añil. Estuvimos un ratito pero nos tuvimos que ir corriendo, huyendo de los majes y sus piquitos punzantes. Volvimos al carro y nos encaminamos hacia Loiza mientras yo hacia el cuento de los negros libertos que les toco defender el área de piratas y corsarios. Ya regresando, se me ocurre meterme por uno de los caminos de arena para que Hortensia Y Jim pudieran ver el mar y la vista mas de cerca. Cuando intente dar marcha al frente después de admirar la naturaleza que nos rodeaba me di cuenta de que la goma de atrás se había hundido en la arena y no podíamos salir. Entre Jim y yo tratamos poniendo pencas de palma debajo de la rueda pero a cada intento nos hundíamos mas. Ya estaba empezando llover y a oscurecer, Jim estaba nervioso y yo me di cuenta que solos no íbamos a poder. Había visto un grupo de personas al entrar al camino de arena y me dirigí hacia ellos. Les explique que necesitábamos ayuda, que la goma estaba hundida en la arena y no podíamos salir. Me dijo que esperara un poco y al ratito vimos llegar un grupo de seis hombres, algunos de ellos muy jóvenes, arrastrando pencas para ayudarnos. Lo intentamos varias veces y la goma cada vez se hundía mas. Había desespero en el ambiente y yo empecé a llamar por teléfono para pedir ayuda cuando uno de ellos me dijo, “No te preocupes que te vamos a sacar.” Me lo dijo con tanta amabilidad y seguridad que me sentí increíblemente aliviada. Al poco rato efectivamente, entre levantar y empujar el automóvil todos ellos a la vez, yo salía triunfante del lío que nos habíamos metido.

A veces pasamos sin sabores a cambio de una enseñanza. Salí de esa experiencia con el carro asqueroso y lleno de arena pero con un dulce sabor en la boca. Se me hace un poco difícil explicar lo que sentí por aquel grupo de samaritanos. Gratitud porque me salvaron la noche y una factura de grúa. Orgullo porque demostraron la fibra del Puertorriqueño, el ayudar al prójimo sin esperar nada a cambio. Una de las cosas que mas me toco fue el recibir de manos de uno de los mas jóvenes las sandalias que había dejado olvidadas en las arena lavadas por el en el mar. Esa acción me demuestra lo que yo siempre he creído. Que no somos peor ahora que antes. Que desde que el mundo es mundo las generaciones mayores se quejan de las jóvenes. Que en Puerto Rico hubo, hay y habrá gente buena en la cual yo siempre confiare.

Hortensia y Jim durmieron placidamente en el hotel del Condado anoche, sanos y salvos gracias a nuestros buenos samaritanos. Nuestro agradecimiento por siempre, donde quiera que estén.

Feliz día de Reyes.