domingo, 9 de noviembre de 2008

El insoportable ruido del estadio Hiram Bithorn

Anoche fui con mucha ilusión al Hiram Bithorn a ver el juego entre Santurce y Caguas. Estaba muy contenta de tener nuevamente una liga de béisbol aunque francamente no entiendo porque ahora se llama “Puerto Rico Baseball League”, pero esos son otros veinte pesos. De camino al parque iba recordando los viejos tiempos de aquel béisbol que se jugaba en este país. Es curioso como uno olvida el pasado inmediato para remontarse a tiempos mejores. Tiempos donde el juego era la atracción principal y no los efectos de sonido.

Fué una tortura. Estuve unas cuantas entradas y francamente me tuve que ir y oír el juego por radio desde mi casa. Por lo menos la transmisión radial y la voz de Hector Rafael Vazquez me dan paz beisbolera. Pagué $8.00 por oír una música a unos decibeles que eran insoportables a mis oídos. Una cantidad minúscula de fanáticos con unos altoparlantes de la magnitud de un cierre de campaña electoral. Pero la música no era lo peor. Lo más injurioso era el tener que aguantar los ruidos que estos emitían. Cada “foul” tiene un ruido que lo identifica, para incentivar a la fanaticada salen unos gritos de ese sistema de sonido que hay que repetir según salen. Cada out del contrario es motivo de una risa de brujas seguido por un “Get out, get out, get out”. Si a alguien del otro equipo se le cae un bombo, vienen las carcajadas descomunales. A cada momento te dicen cuando aplaudir, cuando gritar y como hacerlo. No puede salir nada espontáneo de la fanaticada porque tienes que seguir como corderito lo que te indique la gran bocina. Es continuo. No puedes concentrarte en el juego porque las bocinas tienen prioridad sobre este. No me costo mas remedio que irme.

Me pregunto, ¿es esta la manera que se le ocurre a la gerencia, a los dueños de equipo, que van a atraer a los fanáticos? ¿Es que todavía no saben porque perdieron a la fanática año tras año? Pues mire, yo soy de las de verdad, de las fiebruas, bien fiebruas. De las de seguir la guagua de los peloteros ida y vuelta a juegos fuera de casa hasta aprenderme la tablilla de memoria. La fanaticada la perdieron por estar moviendo las franquicias cuando estas estaban llenas de fanáticos. Empezando por Jorge Bird, asesino de la rivalidad de la capital, asesino de una tradición que jamás volvieron a lograr. ¿Saben cuantas veces se han llevado al equipo de San Juan para otros pueblos? ¿Saben cuantas veces me han roto el corazón? ¿Piensan de verdad que le pueden seguir haciendo esto a la gente y que la gente se va a cambiar de equipo simplemente porque a un individuo se le ocurrió que podía ganar mas dinero llevándose el equipo a otro sitio? Si, soy una Senadora huérfana que llega al extremo de intentar hacerme fanática de Santurce. Estoy dispuesta a tratar pero no a que me rompan el tímpano y me distraigan del juego por completo. Para eso me quedo en casa, lo sigo oyendo por radio y me ahorro los 8 dólares. Miren, ni gratis.

Parchita


Que quien es Parchita? Pues Parchita, es una gatita de colores brillantes de Halloween. Nació, una de cuatro, debajo de una casa típica de Santurce. Acabaron en mi cuarto todos los gatitos mas la madre en lo que se pusieron fuertes y pudieron salir. A Parchita le gustaba ver television y trataba de agarrar las imagenes. Poco tiempo despues me toco mudarme y la única que sobrevivio la mudanza fue ella. Desafortunadamente no quiso integrarse al resto de la familia felina de casa asi es que encontro la casa de al frente y allí se quedo. Así vivimos un tiempo hasta que me toco mudarme una vez mas. Ya que era bastante cerca le llevaba comida a Parchita todos los días. Me paraba frente a la casa y la llamaba. Venia corriendo veloz como una flecha y se veia tan bonita! Paraba abruptamente frente a mi, me saludaba con su acostumbrado "miau", a veces me tocaba levemente el dedo gordo del pie con su patita y después de pasarle la mano, comía del montoncito de comida seca que le ponía en el suelo. Durante dos años le lleve comida a mi Parchita pero parece que como la casa ya no iba a ser de ella ya pues ella tampoco esta. Con ella se fue la placidez de otra era.

martes, 8 de abril de 2008

La Casa de Parchita

Existe una casa en la calle Convento en la cual todavía habita la placidez Puertorriqueña. Es una placidez que Mirna Báez logra captar perfectamente en sus pinturas. La placidez que recuerdo de los largos días de verano que disfrutaba de niña y las tardes de juego después del colegio. Es algo en el aire, en el ambiente, en el sonar de las hojas con el viento, es un sentir.

En esa casa de la calle Convento vive Parchita hace cuatro anos sin pagar renta. Poco sabe ella que sus días de placidez están por terminar. La casa de Parchita lleva muchos años vacía pero atendida. Ahora la ocupara una familia y le harán las alteraciones necesarias para poder vivirla bien. La calle Convento era una calle hermosa, mayormente con estructuras de dos pisos de vivienda, todas con jardín enfrente, su verjita y su portoncito enmarcando arquitectura criolla Santurcina. Con el desarrollo del Hospital San Jorge muchas de estas casas han sido adquiridas por médicos, laboratorios y terapistas. Aunque algunas han mantenido algo de su fachada, no así la mayoría y la calle ha perdido aquel encanto tan de aquí.

Yo dejaría la fachada de la casa de Parchita como esta. Y dejaría el portoncito y la verjita con los árboles al frente perfecto tanto para veladas románticas como para juegos de niños. Pero la suerte de las casas de Santurce ya esta echada. O las alteran o las tumban. Y todos aquellos vecindarios de mi niñez, de hermosas casas con recovecos, dejan de ser para convertirse ellas y su entorno en otra cosa que nos aleja cada día de aquella placidez.

domingo, 6 de enero de 2008

Ocurrio en Piñones

Ayer tuve una aventura en Piñones, área que antiguamente pertenecía a Cangrejos y tabú hasta hace pocos años por ser tierra de negros y amantes ilícitos. Estaba en compañía de mi gran y bella amiga Hortensia Morell y su también bello esposo con un aquel de Bill Clinton, Jim. Veníamos de pasarnos gran parte del día de vísperas de Reyes en el Viejo San Juan ya que Hortensia y Jim están aquí de vacaciones gozando del calientito de Puerto Rico antes de regresar a Filadelfia. Habíamos pasado un día maravilloso, en un Viejo San Juan asombrosamente liviano de tráfico y peatones y con una tenue luz del sol típica de nuestra época navideña.

Dimos primero un lento y agradable paseo por los jardines de la casa de Juan Ponce de León donde Jim se dio gusto usando su cámara. Le conté a Hortensia del guardia que hace veces de tenor escondido entre los árboles y tupidos arbustos del jardín. Es verdaderamente alucinante estar sentado en uno de los muchos bancos del jardín y de momento oír esta voz operística sin saber uno de donde viene. Al salir de Casa Blanca decidimos ir a almorzar y nos dirigimos placidamente y con calma por las calles adoquinadas al Jibarito disfrutando los colores pasteles, balcones y detalles de nuestra arquitectura colonial.


Nos dieron buen trato y comida en El Jibarito y para culminar hasta una serenata navideña llego para cerrar con broche de oro. De ahí nos dirigimos a las librerías y a hacer una que otra compra, caminar la Cristo hasta Ballaja donde nos esperaba el automóvil. Jim me propuso ir a tomarnos algo al Caribe Hilton y yo sugerí ir a Piñones pues tenía una diligencia que hacer allí. Hortensia accedió inmediatamente pues dijo que Jim no había estado. Pobre Jim. Debe de haber estado pensando en su trago y el Caribe Hilton después de meternos en la semi odisea en la que nos metimos mas tarde.

Cuando llegamos a Piñones se estaba empezando a nublar tal como habían pronosticado. La marea estaba alta y brava y aunque siempre hermoso no era el Piñones soleado y de brillantes tonalidades de azul y verde. Había que parar en Bamboobei, restaurante y barra al estilo Ibiza, blanco calizo con ventanas y puertas de azul añil. Estuvimos un ratito pero nos tuvimos que ir corriendo, huyendo de los majes y sus piquitos punzantes. Volvimos al carro y nos encaminamos hacia Loiza mientras yo hacia el cuento de los negros libertos que les toco defender el área de piratas y corsarios. Ya regresando, se me ocurre meterme por uno de los caminos de arena para que Hortensia Y Jim pudieran ver el mar y la vista mas de cerca. Cuando intente dar marcha al frente después de admirar la naturaleza que nos rodeaba me di cuenta de que la goma de atrás se había hundido en la arena y no podíamos salir. Entre Jim y yo tratamos poniendo pencas de palma debajo de la rueda pero a cada intento nos hundíamos mas. Ya estaba empezando llover y a oscurecer, Jim estaba nervioso y yo me di cuenta que solos no íbamos a poder. Había visto un grupo de personas al entrar al camino de arena y me dirigí hacia ellos. Les explique que necesitábamos ayuda, que la goma estaba hundida en la arena y no podíamos salir. Me dijo que esperara un poco y al ratito vimos llegar un grupo de seis hombres, algunos de ellos muy jóvenes, arrastrando pencas para ayudarnos. Lo intentamos varias veces y la goma cada vez se hundía mas. Había desespero en el ambiente y yo empecé a llamar por teléfono para pedir ayuda cuando uno de ellos me dijo, “No te preocupes que te vamos a sacar.” Me lo dijo con tanta amabilidad y seguridad que me sentí increíblemente aliviada. Al poco rato efectivamente, entre levantar y empujar el automóvil todos ellos a la vez, yo salía triunfante del lío que nos habíamos metido.

A veces pasamos sin sabores a cambio de una enseñanza. Salí de esa experiencia con el carro asqueroso y lleno de arena pero con un dulce sabor en la boca. Se me hace un poco difícil explicar lo que sentí por aquel grupo de samaritanos. Gratitud porque me salvaron la noche y una factura de grúa. Orgullo porque demostraron la fibra del Puertorriqueño, el ayudar al prójimo sin esperar nada a cambio. Una de las cosas que mas me toco fue el recibir de manos de uno de los mas jóvenes las sandalias que había dejado olvidadas en las arena lavadas por el en el mar. Esa acción me demuestra lo que yo siempre he creído. Que no somos peor ahora que antes. Que desde que el mundo es mundo las generaciones mayores se quejan de las jóvenes. Que en Puerto Rico hubo, hay y habrá gente buena en la cual yo siempre confiare.

Hortensia y Jim durmieron placidamente en el hotel del Condado anoche, sanos y salvos gracias a nuestros buenos samaritanos. Nuestro agradecimiento por siempre, donde quiera que estén.

Feliz día de Reyes.

domingo, 25 de noviembre de 2007

La Ciudad que iba a Heredar

Santurce era la ciudad que iba a heredar. La avenida Ponce de León tal como la conocí de chiquita, con el Nilo, La Ferretería Europa, González Padin, Woolworth, los cines, todo lo iba a heredar. Solo me faltaba crecer. Y crecí pero no herede lo que creí. Aquella ciudad de calles con casa tras casa con jardín y verja y sus avenidas de tiendas colmadas solo existe en el recuerdo de uno que otro y al lado en el presente de algún edificio esgalbado que nada tiene que ver. Quien me manda a ser tan nostálgica. Quien me manda a ser tan ilusa de pensar que nada iba a cambiar.

No tenia idea de que Santurce fuera tan joven. Al cabo del tiempo y de registrar aquí y allá he descubierto lo que en la escuela no aprendí. O no me enseñaron. Como me críe antes de que Don Ricardo Alegría descubriera a los Tainos y le diera la importancia que merecía la raza negra en nuestro desarrollo como pueblo, a esto no se le daba importancia. Tampoco tenía idea de que las murallas habían contenido a San Juan hasta que exploto y no pudo más a principios del siglo pasado. Me parecía que todo eso había pasado en la época prehistórica y solo hacia 50 años. Creía que San Juan y Santurce habían existido siempre.

Pero Santurce sí cambió y aunque hubiera preferido no vivirla me he visto obligada a ser testiga de su transformación. Comprendo perfectamente las razones por las cuales Santurce tenía que cambiar y continúa haciéndolo. Pero yo hubiese preferido heredar un Santurce a la Vancouver, dos grandes avenidas nutriendo la ciudad, Fernández Juncos y Ponce de León, con su recua de calles llenas de casas y edificios de 3 o 4 pisos con jardín y verja.

Soñaba con vivir en unos de esos edificios viejos de Santurce, con muchos recovecos y laberintos, escaleras y azotea donde pudiera tener un jardín. Lo he logrado y desde aquí escribo.